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jueves, 18 de abril de 2013

El ladron



El frío me despertó de un sueño extraño, cuando abrí los ojos, me encontraba desnuda tumbada en el suelo de la habitación y con un fuerte dolor de cabeza. Estaba aturdida y los recuerdos de como y por qué estaba allí se amontonaban en mi mente.

Recordaba haber estado en un bar la pasada noche, con mucha gente y un tipo, Oliver se llamaba. Recuerdo que le conocí mientras sacaba un paquete de tabaco de la máquina, recuerdo que no me daba cambio y que le dí una patada.

Él se acercó y me dijo que algunas máquinas son como las mujeres, hay que tratarlas con dulzura, cariño y delicadeza. Mientras lo decía acariciaba el metal como si de mi piel se tratara.

Me ayudó a sacar el tabaco y luego me invitó a tomar una copa. Era guapo, muy guapo, moreno, barbilla de dos días y traje de marca.

Recuerdo vagamente que estuvimos riendo en la barra, tomamos una copa y luego otra, el sonido del bar retumbaba en mi mente, mientras intentaba ponerme de pie. Todo me daba vueltas, no recuerdo nada de sobre que hablamos solo sé que después de dos copas empezamos a intimar, él me susurraba cosas al oído, al principio cosas graciosas luego, a medidas que pasaban las horas, el tono de la conversación subió.


Me encontraba en una nube, el alcohol me estaba colocando y sus palabras al oído me parecía cada vez más provocadoras. Me ponía mucho.

Me puse de pie pero me tenía que apoyar en las paredes y los muebles, lo veía todo borroso, todo me daba vueltas.

Noté su mano en mi pierna, mientras seguíamos hablando, luego como quien no quiere la cosa, comenzó a deslizar la mano por debajo de mi falda hasta que le dije lo que al parecer nunca le tuve que haber dicho. “¿Tomamos una en mi casa?”

Me ví en su coche, descapotable, con mi melena moviéndose al aire y su mirada de pícaro. Iba a mucha velocidad, las luces de las farolas se movían muy rápido.

Conseguí salir de la habitación, todo estaba en silencio, caminaba de lado a lado del pasillo hacía el salón.

Seguía recordando, sentí sus besos en la portería del edificio y como deslizaba su mano entre mis pierna. Nos besamos y besamos y besamos caminamos hacia los ascensores mientras me lamía suavemente el cuello por detrás.

Apretamos al botón de llamada y me apoyó sobre la puerta del ascensor en un movimiento brusco pero excitante.

Colocado detrás mío, me levantó la falda y deslizó su mano por delante acariciando mi sexo por encima de la tela.

Llamé a Oliver pero la voz retumbó en las paredes, nadie contestó, me senté en el sofá esperando a que poco a poco se me fuera el malestar.

Aparte de la cabeza sentía un malestar extraño, no sólo en mí, también en la casa.

Mientras subíamos por el ascensor, se agachó, apartó mi braguita e introdujo su lengua en mi sexo, coloqué mi pierna encima de su hombro y dejé que hiciera cuanto quisiera.

Cuando llegamos al rellano estaba casi desnuda, con la falda subida y casi sin bragas, caminamos hacia mi puerta y entramos.

Sólo cerrar la puerta nos volvimos a besar y me levantó, apoyé mi espalda sobre la pared le rodeé con mis largas piernas y me penetró bruscamente. Una y otra vez, una y otra vez, sin cambiar de posición, le dije dónde estaba el dormitorio.

Me empezaba a encontrar mejor, me levanté, fuí a la cocina y me preparé un té, el reloj marcaban las 11.30 de la mañana.

En la cama, nos desnudamos como locos y me llevó al limbo del placer.

Mi éxtasis era lo último que recordaba, después todo era un vacío. Mientras escuchaba los mensajes del contestador me volví a sentar en el sofá pero ahora sabía que había de extraño en la casa.

La TV había desaparecido, mi portátil también y el dinero de mi cartera había volado. No me lo podía creer, me había robado. Fuí rápidamente al cajón donde guardaba alguna joyas de valorar que por supuesto no estaban.

Me maldije una y otra vez. Un galán me había desplumado.

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