La casa no era muy grande. Una más entre las muchas de aquella
urbanización a las afueras. Pero era agradable a la vista. El lugar
tampoco estaba mal. Parecía tranquilo. A pesar de ser media mañana, no
se veía un gran movimiento de gente.
Me acerqué a la puerta principal, sin dejar de asombrarme de lo
hermosa que podía ser una casa si se decoraba sin demasiadas
pretensiones. Pero mi trabajo allí no era admirar la belleza del
entorno, sino otra muy distinta. Tomando una gran bocanada de aire, no
porque necesitara hacer acopio de valor, sino porque me gusta respirar
el aire puro cuando me alejo de la ciudad, llamé a la puerta.
Al cabo de unos momentos, un ojo apareció ante la mirilla,
escudriñándome. Con un apagado grito de reconocimiento y de sorpresa, la
puerta se abrió mostrando a una morena ama de casa, rondando la
treintena de años, que vestía un chandal azul y llevaba una toalla en la
mano. Su pelo estaba mojado. Sus ojos reflejaban la misma sorpresa que
su voz no había podido ocultar a través de la puerta.
- ¡Carlos! Dios mío. ¿Que haces aquí?
Con una sonrisa, me encogí de hombros.
- Pasaba por aquí, y se me ocurrió entrar a hacerte una visita.
- Pero… pero… – apenas podía articular ninguna palabra – ¿Como se te ha ocurrido venir sin avisar?
- Estaba en la ciudad por un asunto de negocios. He terminado pronto y
he pensado en venir a veros – su rostro mostró una leve sombra de
culpabilidad cuando notó el énfasis que había puesto en la palabra
“veros” – Y por lo visto no he venido en buen momento. Llevo cinco
minutos en la puerta y todavía no me has invitado a entrar.
- No seas tonto – dijo apartándose a un lado para dejarme pasar – Lo
que ocurre es que me he quedado tan sorprendida que hasta se me ha
olvidado ser cortés. Pasa, ya sabes que estas en tu casa.
Cerró la puerta y me dio un beso de bienvenida en la mejilla. Al
hacerlo, pude comprobar que la chaqueta del chandal apenas estaba
abrochada. La parte superior se abrió cuando se movió para besarme. No
llevaba sujetador. Su seno parecía firme y muy apetecible. Ella, al
darse cuenta de que la estaba mirando, se sonrojó y subió la cremallera.
- ¿Te apetece tomar algo?
- Apenas hace un rato que he almorzado. Pero gracias de todas formas.
Se la veía nerviosa. Apenas sabía que decir o que hacer. Dudaba entre
darme la mala noticia en el recibidor, o esperar a que estuviéramos en
el salón. Finalmente, decidió esperar.
- Pasa al salón y siéntate en el sofá. Yo subiré a ponerme algo mas
decente y bajaré en seguida. Si cambias de idea, la cocina está al
fondo. En la nevera encontrarás refrescos fríos. Sírvete tú mismo.
La miré mientras desaparecía escaleras arriba. A pesar de que un
chandal no puede considerarse una prenda demasiado erótica, la verdad es
que el que ella llevaba era muy ajustado. Su trasero no estaba nada mal
llenando completamente la tela que lo recubría. Era firme y parecía
duro. Por lo visto seguía realizando ejercicio físico todos los días.
Probablemente, acababa de llegar de correr y se había duchado apenas
hacía unos minutos.